martes, noviembre 02, 2004

3-Oraculos y Presagios.

Ante el asombro de todos, los ojos del sabio se humedecieron y unas gruesas lágrimas empezaron a descender por sus mejillas.
-Que sucede, Ashita?-le pregunto preocupado Asvapati.
Ashita se dirigió al rey y dijo:-El destino de tu hijo es convertirse en el iluminado, en Buda, el que hallara la solución al dolor y al sufrimiento de la humanidad. Lloro porque no viviré para contemplar ese momento. Esta escrito que en la mañana de la luna llena del mes de Vesaja, en el año de Bakta, había de nacer un niño. Y ese niño seria perfecto en todos los aspectos, física y espiritualmente...-
Atónito, el rey trato de controlar sus emociones Que significaban las palabras del sabio? Que su hijo habría de convertirse en un monje? No, mi hijo ha nacido para gobernar, para ser mi heredero... Quizás fuera una maniobra de los brahmanes para conquistar el poder, pero no se atreverían a tanto... No! El oráculo querrá decir otra cosa que no alcanzo a comprender. No permitiré que nada aleje a mi hijo de sus obligaciones como rey. Jamás!
-Que destino predices para mi hijo, Oráculo?-pregunto el rey, tratando de contener su ira.
-No puedo responderte, señor.-contesto el oráculo.-Si tu hijo elige el camino de la iluminación, los dioses se alegraran y Brama se inclinara ante él. Pero deberá renunciar a cuanto posee y dejar a su padre, su familia, su reino...-
-Basta!-exclamo el rey Suddhodana, mirando a Asvapati con aire acusador, como si le reprochara sus nefastas creencias. Y añadió señalando el palacio.-Quien iba a renunciar a todo eso? El hijo de Maya ha nacido para ser rey, para gobernar, para conquistar, para casarse y tener muchos hijos...-
Asvapati trato de tranquilizar al rey.
-No debes oponerte a Brama, tu sagrado deber...-
-Mi deber?-estallo Suddhodana. No pronuncies esa palabra! Soy el rey! Como monarca, puedo exigir lo que me plazca. Ni Brama ni los dioses pueden negarme el derecho a tener una familia. Mi hijo me pertenece!-
Ashita miro al rey con tristeza. Luego le entrego a su hijo, que había permanecido muy tranquilo todo el rato, observando a su padre y al oráculo como si comprendiera lo que decían.
El oráculo había hablado y era hora de regresar al palacio. Pero antes, el rey Suddhodana miro de nuevo a Ashita, descendiente de hombres santos, y observo el poder que emanaba de toda su persona.
Y si el oráculo tiene razón? Pensó el rey. Eso significaría el fin de mi reinado. Que es esta extraña sensación que se ha apoderado de mí? Acaso debería sentirme satisfecho? No, lo que siento es temor. A continuación, el rey dio media vuelta y se encamino hacia el poblado.
Según las escrituras budistas y otros textos antiguos, en aquellos días, la india estaba dividida en “dieciséis grandes reinos”, de los cuales los más prominentes eran Magadha y Kosala. Todos se disputaban la supremacía. El pequeño estado tribal de los Shakyas no se hallaba entre los dieciséis, pero sus habitantes eran orgullosos, y se llamaban a sí mismos “descendientes del sol”.
Aunque el reino de su padre era pequeño, el príncipe Siddharta creció rodeado de lujo y fue educado en las artes civiles y militares. Disponía de un palacio para cada estación del año y de sirvientes con parasoles que acudían presurosos para protegerlo de los quemantes rayos del sol. Durante el periodo de las lluvias, jóvenes doncellas, bailarinas y músicos lo servían y entretenían para que no tuviera que aventurarse extramuros. Vivía con total comodidad y holgura.
Y si Siddharta un día se convertía en dios, si un día entraba en el imperio de la luz, Govinda lo seguiría entonces como su amigo, su acompañante, su criado, su escudero, su sombra. Así querían todos a Siddharta. A todos daba alegría y gozo.
No obstante, el propio Siddharta no sentía ni alegría ni gozo. Su corazón no compartía ese júbilo general cuando andaba por los caminos rosados del jardín de higueras o cuando se hallaba sentado a la sombra azul del bosque de la contemplación, cuando lavaba sus miembros en el diario baño propiciatorio, o hacia sacrificios entre las profundas sombras del bosque de mangos. Hasta él llegaban sin cesar sueños y pensamientos que emanaban de la corriente del río, del brillo de las estrellas, del resplandor del sol. El ánimo se le intranquilizaba con pesadillas salidas del humo de los sacrificios de los versos del Rig Veda, filtrados en las doctrinas de los viejos brahmanes.

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