lunes, enero 24, 2005

8-Poshika.

La aplastante seguridad de Chandaka en si mismo, instaba a los demás a obedecerlo, lo cual, combinado con su gracia y simpatía, hacia que las mujeres se enamoraran de el. Al haberse criado con Siddharta, cuya íntima visión de la verdad definía su carácter, Chandaka imaginaba que el mundo entero le pertenecía.
-Como sabes-dijo a Ananda.-Siddharta fue a ver ayer a su tía, la reina, para desearle un feliz cumpleaños. Con la resaca que tenia, seguramente tendría un aspecto horrible. Hablaron de su vieja nodriza, Poshika, y se ha empeñado en ir a verla, pese a que todos están muy ocupados, pues el rey ha decidido partir mañana hacia Josala para reclamar su premio. Francamente, Ananda, me preocupa que Siddharta vaya a visitar a su vieja nodriza.-
Ananda advirtió que Chandaka se sentía turbado. Como si le disgustara hablar sobre los sentimientos de otra persona.
-Sin embargo.-prosiguió Chandaka.-tengo la curiosa sensación de que debería acompañarlo a verla. Desde la batalla, siempre esta de mal humor. Hace más de quince años que no ha visto a su nodriza. Siddharta no ha experimentado nunca una emoción intensa, y sabiendo lo sensible que es...-Chandaka se detuvo unos instantes y luego continuo-:Desde la batalla, ha permanecido enfrascado en si mismo. Poshika debe tener cien años... En algunos aspectos, Siddharta es imprevisible, y no se como reaccionara al verla. Deberíamos prepararlo de a poco.-
Ananda comprendió que su amigo había acudido a el para pedirle ayuda. Chandaka se paseaba arriba y abajo como un potrillo nervioso. Al cabo de unos minutos, continuó:-Aunque supongo que al final Siddharta tendrá que conocer el lado oscuro de la vida. Le gusta el riesgo, la pasión, llorar, reír... Todo eso le hace feliz.-
-Siddharta esta a punto de llegar.-respondió Ananda.-Ya sabes lo testarudo que es. Cuando se le mete una idea en la cabeza, no hay quien logre hacerle cambiar de parecer. No tendrá más remedio que llevarlo. Si me necesitas, aquí estaré.-
En aquel momento entro Siddharta, sonriendo, seguro de si mismo, Llevaba su túnica favorita y un magnifico collar de oro y piedras preciosas.
-Ah, veo que me estabais esperando!-dijo alegremente.-Vamos a las habitaciones de las mujeres... Aunque sé que Ananda dirá que no puede acompañarme porque tiene que hacer el equipaje.-
Siddharta y Chandaka sonrieron ante la incapacidad de Ananda de emprender el menor viaje sin llevarse todas sus cosas. Una costumbre de la que Chandaka y Siddharta solían aprovecharse de niños.
Chandaka y Siddharta salieron de la habitación de Ananda y se dirigieron a los aposentos de las mujeres, donde las que ya no satisfacían al rey por haber envejecido Vivian cómodamente, esperando la muerte. Los pasillos estaban débilmente iluminados. A ambos lados de los corredores se alzaban unas macizas puertas de madera que impedían el acceso a las habitaciones. El aire, impregnado de un olor acre, era casi irrespirable.
Cuando Siddharta se disponía a entrar en una de las habitaciones, Chandaka, temiendo que el rey los castigara por haber penetrado en los aposentos de las mujeres, trato de disuadir a su amigo.
-Espera, no puedo dejar que entres.-murmuro.-Tengo el deber de advertirte que tu presencia aquí contraviene todos los edictos y costumbres de la corte. El rey se enfadara con nosotros. Es mejor que...-
Haciendo caso omiso0 de la suplica de su amigo, Siddharta abrió la puerta.
Unas pocas velas iluminaban la pequeña y pulcra habitación, en la que había una amplia ventana que daba a un patio. En un rincón había un pequeño lecho en el que yacía Poshika, la vieja nodriza de Siddharta, cubierta con una manta de seda.
Al darse cuenta de la presencia de los dos jóvenes, la anciana se levanto, no sin grandes esfuerzos, pues estaba muy delicada de salud. No obstante, era evidente que en su juventud había sido una gran belleza. Al reconocer al príncipe, se le iluminaron los ojos. Después de haberlo servido durante tantos años, la vieja nodriza se sentía turbada por su presencia.
Poshika se inclino torpemente ante Siddharta y dijo:-Oh, mi príncipe aquí! Me siento honrada por tu visita. Que puedo ofrecerte? Te apetece una infusión de hierbas? O un poco de caldo...?
Chandaka cerró los ojos para no presenciar aquella escena tan patética. Siddharta permanecía mudo, apenado por el frágil y delicado aspecto que presentaba su querida nodriza.
Siddharta recordó el cálido perfume de Poshika. Había sido muy hermosa. Solía llevar su larga melena negra peinada en una trenza alrededor de la cabeza, como una corona. Un día la sorprendió peinándose, con el cabello extendido sobre el suelo de mármol blanco, formando unas ondas negras como un dragón marítimo. A partir de aquel día la había considerado la diosa del mar.
Poshika tomo un frasco de cerámica con mano temblorosa y trato de verter en una taza la infusión de hierbas que había preparado. Pero sus esfuerzos fueron en vano, pues derramo unas gotas del líquido hirviendo sobre su mano y dejo caer el frasco al suelo. Al oír el ruido, los dos jóvenes se sobresaltaron. Avergonzada, Poshika se sentó en la cama y rompió a llorar desconsoladamente.

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